María Alejandra Rendón, autora de la columna Nos (Otras)-Un abrazo para Valencia
María Alejandra Rendón, autora de la columna Nos (Otras)

Cuando vemos a mujeres desempeñar roles de liderazgo, arribando a algún escalafón que, por lo general, ha sido ocupado por hombres, no solo especulamos acerca de cómo llegó hasta allí, sino que la mayoría de las veces asociamos su ascenso a una transacción de carácter sexual: «Llegó allí dando favores».

Pero eso no se queda ahí, cuando se trata de la conducción de grandes proyectos, hay un depósito de dudas en cuanto a si existe realmente capacidad para asumirlo. Tales pensamientos o posturas, vienen dadas en relación a una cultura que ha fosilizado la idea de que las mujeres no somos sujetas de poder, ni inteligentes, ni las llamadas a crear o dirigir; de hecho, a muchos hombres se les hace incómodo dejarse orientar por ellas y esto se acentúa en áreas de trabajo más específicas.

A una mujer, por más que sepa muchísimo del área de mecánica automotriz, nadie le confiaría su carro, no es común ni lo uno, ni mucho menos lo otro, pero el ejemplo dado no es el único. No es común que las mujeres ejerzan de chófer, plomeras o electricistas. Cuando una mujer se desempeña como maestra, enfermera, niñera o secretaria, nadie puede dudar de su capacidad.

A esto se le conoce como división sexual del trabajo. Dentro de la misma existe la «feminización de tareas u oficios», es decir, que según los roles de género y la expectativa social construida a partir de los mismos, tanto hombres como mujeres se adecuarán a formas de relación y de trabajo que vayan «acorde a su sexo».

A pesar de que las mujeres han ido crecientemente ocupando puestos de dirección y estudiando en áreas que antes no, la mayoría de éstas están destinadas a cumplir con tareas que les son asignadas «acorde a su sexo». Una mujer mecánica y un hombre niñero no están limitados, desde ningún punto de vista, a desempeñar tales funciones, sin embargo, dentro de la expectativa social construida, nadie confiaría a ella un motor ni a él un niño o niña.

Pero el sexismo no surgió de la nada. La razón está en la manera cómo, desde que nacemos, la sociedad toda emparenta a cada sexo con determinados oficios, roles, actividades y tareas. El resguardo de la «feminidad» ha hecho que renunciemos a todo acto que implique «perderla». Eso de conducir camiones, aunque sea posible, no es buena idea.

Hace poco, una avión fue tripulado únicamente por mujeres en Venezuela; hecho que alegró mucho, pero que también dejó espacio para el sexismo más rastrero. En una publicación que relataba los detalles de lo que se percibió como un gran acontecimiento (imagínense), desató una ola de comentarios despectivos, sexistas, humillantes y sumamente mezquinos.

Hasta ahora no existe ningún basamento científico que impida que una mujer esté capacitada para tal tarea, la castración es de orden social, claro está. «Pobre gente que iba en ese avión», «No hallaban cómo estacionar» y «Debieron pagarle a gente para montarse» eran parte de los comentarios machistas, sexistas y despectivos. Hecho, no solo injusto, sino que habla del daño enorme que la sociedad patriarcal ha conseguido construir alrededor de la capacidad de las mujeres. Son «buenas» si no se salen de los límites permitidos por las relaciones de trabajo patriarcales. Dentro de un avión deben ser azafatas, es decir, servir el café y atender a los pasajeros, sin dejar de estar muy arregladas y bellas (por supuesto).

Muchas autoras, entre ellas Yadira Calvo, han profundizado en el tratamiento misógino que se ha dado a las mujeres en el mundo del conocimiento. En su libro, Aritmética del patriarcado, repasa las líneas del más descarnado y despreciable sexismo del que no se excluye casi ningún pensador, ni en la antigüedad, ni en la edad media, ni en la era moderna.

 

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Todo este acumulado de insultos, porque lo son, dichos por «grandes pensadores», ha hecho creer que, ciertamente, aparte de parir y cocinar, cuidar y asumir tareas subordinadas, más nada podremos hacer bien. Invito a leer ese volumen, que es una «especie de museo de la vergüenza» y que se adentra en la carga misógina contenida en los «pilares» de la cultura Occidental.

Las grandes pensadoras quedaron en la historia como simples ayudantes, colaboradoras, acompañantes, a pesar de su enorme contribución en el mundo de las artes y las ciencias. Las mujeres sin estudio estuvieron casi en condición de animales. El ámbito del conocimiento y la conducción (el poder) estuvo reservado para la población masculina.

A partir del hecho del avión tripulado por mujeres, se pudiera concluir que, desde la antigüedad hasta hoy, las cosas no han cambiado mucho.

 

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María Alejandra Rendón Infante (Carabobo, 1986) es docente, poeta, ensayista, actriz y promotora cultural. Licenciada en Educación, mención lengua y literatura, egresada de la Universidad de Carabobo, y Magister en Literatura Venezolana egresada de la misma casa de estudios. Forma parte del Frente Revolucionario Artístico Patria o Muerte (Frapom) y es fundadora del Colectivo Literario Letra Franca y de la Red Nacional de Escritores Socialistas de Venezuela.

PREMIOS

Bienal Nacional de Poesía Orlando Araujo en agosto de 2016 y el Premio Nacional de Literatura Stefania Mosca 2019 en poesía.

PUBLICACIONES

Sótanos (2005), Otros altares (2007), Aunque no diga lo correcto (2017), Antología sin descanso (2018), Razón doméstica (2018) y En defensa propia (2020).

 

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