Cuando yo escribo se abre una atmósfera que de manera ordinaria no pertenece al espacio común que todos conocemos, ese que soporta nuestros pesos; es un ámbito que se ha despojado del destino, que ha detenido lo fugaz, aunque no al tiempo. El tiempo transcurre, es ilusorio no creerlo; pero solo se enfoca en traer recuerdos futuros y mezclarlos con los del pasado e inventar así una historia, un artefacto del lenguaje pleno de vida. La palabra artefacto no me gusta, pero nada me impide escribirla.
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Cuando yo escribo, es lamentable, no estoy pendiente del aquí y el ahora; por tanto, las voces humanas no me dicen nada, no recuerdo los rituales de amistad, las costumbres con tal o cual persona… La memoria se activa y da paso a la sed del alma: fotografiarse a sí misma; conocer las miserias que nos fundan; dialogar con el ser humano y pasear por lo irremediable; trazar dibujos luminosos y colgar allí preguntas y respuestas sombrías, las figuras que advienen con terror y nos convierten en testigos inevitables. Cuando yo escribo no soy, solo estoy, y esto no es tan seguro. Después de escribir las resonancias de ese espacio creado siguen conviviendo conmigo, y puedo pasar por el lado de mi mamá o mis hijas y no las veo; así que puedo afirmar que estoy a medias; un casi estar.
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Cuando yo escribo dispongo de un ritmo que, muchas veces es previo, y otras veces surge en el mismo momento de la escritura; pero nunca se sabe con precisión hacia dónde llevará. Solo el ensayo goza de esa virtud. Una novela no; solo tiene un punto de partida y uno de llegada, lo que se extiende entre estos dos polos no lo sabe el autor, pero casi siempre lo saben los personajes, los cuales pueden cambiar el final en aras de una mayor credibilidad de sus vidas.
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Cuando yo escribo no tomo en cuenta que pudiera no ser publicado, esto no me importa, aunque después ande viendo dónde consigo un chance. Pero un poeta, un escritor, no puede tener como principio de sus inquietudes ser editado, ser reconocido o todo lo que huela a comercio en este particular; no, debe escribir para limpiar la sociedad en la que vive, para darle un giro extraño al planeta; para desentrañar su misterio y hacerlo comprensible; debe escribir para acompañar al ser humano en sus tragedias y en sus comedias y danzar junto con él sobre las brasas de lo inesperado. Escribir es un ejercicio de placer, de erotismo.
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Cuando yo escribo le ofrezco un homenaje a mis afectos, familiares y amigos; le brindo un agasajo al ser común y corriente, como yo, y le digo: mira, este libro te contiene, esta historia se detiene a mirarte, este poema proviene desde las resonancias de tu vida. La historia de los que no tenemos historias, con sus avatares y sus modos de hablar, de contarse, de amarse, de mentirse, de hacer el amor, de drogarse o asesinarse; allí estamos, compartiendo un espacio que, aunque parezca copia de lo real, se ha nutrido de lo efímero, de la ironía, del absurdo y nos permite comprendernos mejor.
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Cuando yo escribo tengo presente atravesar las diferentes capas de lo social con una cámara: ir hasta uno de sus fondos en donde muchas personas comen el polvo de los finales, verlos, tratarlos, y traducir sus eventos y respetar sus modos de ser y de conversar; proseguir hacia aquellos que luchan por no caer más bajo y se esfuerzan por ser auténticos, así sea renunciando a muchos amores, promesas o tentaciones, y esto también es válido para los que ostentan el poder. Una novela, muchas veces, crece hacia el caos igual que la historia y el cosmos.
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Cuando yo escribo, desecho los moldes o, al menos, hago el intento: el cerebro crea moldes donde luego vertemos palabras y casi siempre decimos lo que tenemos que decir dentro de esos límites; es difícil verlo, pero es real y, sin saber cómo, caemos en esa producción de hormas o modelos. También es casi inevitable repetirse. Por ello hay que cambiar de géneros, romperlos, mezclarlos, irrespetar a la literatura, reducir sus nefastas influencias. Y aun así…
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Cuando yo escribo intento negarme, ir en contra de lo que ya me estaba conduciendo por un camino de comodidad; es decir: puede ocurrir que como nací en un puerto y he vivido siempre cerca del mar, tienda a escribir sobre este paisaje; pero esto genera una comodidad en la escritura y puede convertirla en superficie vacía; hay que tener esto pendiente para detenerlo a tiempo. Aunque se diversifique la temática, siempre se escribirá sobre lo mismo: la muerte, el paisaje, el amor, la amistad, la vida… pero si esto ocurre con la atención debida, con la conciencia bien plantada en la tierra, en la página y en el lenguaje, es mucho mejor a que ocurra de forma mecánica o, peor aún, por querer escribir sin importar que siga diciendo lo mismo por los siglos de los siglos.
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Cuando yo escribo un poema, sé que estoy esculpiendo imágenes que tratan de mostrar una verdad o un anhelo de verdad; por ello me centro, me concentro: el pensamiento y el espíritu, las emociones y la sangre, deben dirigirse hacia un núcleo de la realidad, ya vivida o por vivir, y registrarlo, indagarlo y al mismo tiempo traducir lo encontrado en palabras. Es casi imposible que escribas diciéndote: el primer verso debe ser una metáfora, aquí un símil, más allá… La poesía siempre está fuera del poema, nuestra tarea es que entre la mayor cantidad posible.
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Uno de los personajes de mis novelas inéditas dice: cuando yo escribo expío mis defectos, comprendo que soy un desenterrado, y a la vez, la poesía me ha ayudado a tener un poco de orgullo y sentir ternura por este mundo. Para este personaje, que podríamos llamar Federico, la poesía es: una mujer en pleno orgasmo, el mejor lugar para exiliarse y desnudarse, algo así como una música que escuchas en lo oscuro y al ponerle atención lo que escuchas es luz. Dice que cuando él convivía con sus hermanos y su mamá, tenían una rana en el jardín, la cual salía todos los días a las cinco de la tarde a buscar alimento. Un día un gato la vio e intentó matarla, él y su hermano corrieron y espantaron al gato, pero la rana quedó herida, la movieron para un lado y para otro y la rana no se movía. Federico afirmaba que la rana estaba muerta, el hermano siguió viendo el cuerpo de la rana a ver si respiraba; no, no había señal de vida. El hermano de Federico se movió con rapidez y buscó un pote de leche, de esos de lata que en un tiempo vendieron en el país. Metió a la rana en el pote y le sopló un aliento tibio e hizo que Federico también lo hiciera. Luego tapó el pote y con un clavo largo que consiguió empezó a tocar la tapa. El sonido era dulce, quedaba un breve eco tintineando, pilín, pilín, tín, tan… le daba, acercaba el oído y golpeaba con el clavo, como si alguien le dictara cómo y dónde debía tocar. Sus ojos estaban fijos, atravesando la lata. Federico carecía de fe; pero el hermano expresaba una seguridad que Federico jamás volvió a ver. Al poco tiempo abrió la lata y colocó la boca de la misma sobre la tierra y …la rana salió saltando y se fue hacia su refugio en el jardín.
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Esa fuerza de creer en lo imposible, esa manera de sacar actos del cuerpo como si fuésemos magos muy experimentados, oyendo un dictamen más allá de nosotros, y esa convicción que transforma una materia muerta en algo vivo que puede cantar, eso es hoy para mí la poesía. Eso sucede cuando escribo.
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Arnaldo Jiménez nació en La Guaira en 1963 y reside en Puerto Cabello desde 1973. Poeta, narrador y ensayista. Es Licenciado en Educación, mención Ciencias Sociales por la Universidad de Carabobo (UC). Maestro de aula desde el 1991. Actualmente, es miembro del equipo de redacción de la Revista Internacional de Poesía y Teoría Poética: “Poesía” del Departamento de Literatura de la Dirección de Cultura de la UC, así como de la revista de narrativa Zona Tórrida de la UC.
Entre otros reconocimientos ha recibido el Primer Premio en el Concurso Nacional de Cuentos Fantasmas y Aparecidos Clásicos de la Llanura (2002), Premio Nacional de las Artes Mayores (2005), Premio Nacional de Poesía Rafael María Baralt (2012), Premio Nacional de Poesía Stefania Mosca (2013), Premio Nacional de Poesía Bienal Vicente Gerbasi, (2014), Premio Nacional de Poesía Rafael Zárraga (2015).
Ha publicado:
En poesía: Zumos (2002). Tramos de lluvia (2007). Caballo de escoba (2011). Salitre (2013). Álbum de mar (2014). Resurrecciones (2015). Truenan alcanfores (2016). Ráfagas de espejos (2016). El color del sol dentro del agua (2021). El gato y la madeja (2021). Álbum de mar (2da edición, 2021. Ensayo y aforismo: La raíz en las ramas (2007). La honda superficie de los espejos (2007). Breve tratado sobre las linternas (2016). Cáliz de intemperie (2009) Trazos y Borrones (2012).
En narrativa: Chismarangá (2005) El nombre del frío, ilustrado por Coralia López Gómez (Editorial Vilatana CB, Cataluña, España, 2007). Orejada (2012). El silencio del mar (2012). El viento y los vasos (2012). La roza de los tiempos (2012). El muñequito aislado y otros cuentos, con ilustraciones de Deisa Tremarias (2015). Clavos y duendes (2016). Maletín de pequeños objetos (Colombia, 2019). La rana y el espejo (Perú. 2020). El Ruido y otros cuentos de misterio (2021). El libro de los volcanes (2021). 20 Juguetes para Emma (2021). Un circo para Sarah (2021). El viento y los vasos (2da edición, 2021). Vuelta en Retorno (Novela, 2021).
(Tomado de eldienteroto.org)
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