Vuelo a lo invisible-Montejo-Mohamed

Julio CortázarContinuando nuestro recorrido por los libros, periódicos y revistas que desde siempre nos atraparon, intentaremos realizar una aproximación a la obra de Julio Cortázar (Bruselas 1914-París 1984), autor que este próximo 26 de agosto estaría cumpliendo 109 años de vida.

Cortázar es uno de los autores más leídos y celebrados del llamado boom de la narrativa latinoamericana, además de ser uno de los mayores exponentes del realismo mágico y   maestro del relato breve. Entre su vasta obra podríamos citar algunos de los cuentos, novelas y ensayos, suerte de regalos del Cronopio Mayor, que nos han servido de cabecera y refugio en diferentes momentos: Historias de cronopios y de famas (1962), Rayuela (1963), 62 modelo para armar (1968), La vuelta al día en ochenta mundos (1968), Libro de Manuel (1973), Los argonautas de la cosmopista o un viaje atemporal París Marsella (1983), Nicaragua, tan violentamente dulce (1984), entre otros que gozan de nuestra preferencia, los cuales  mudamos momentáneamente de la sala de baño a nuestra mesa para degustarlos mientras nos desayunamos.

Los libros, recortes de periódicos y revistas literarias comparten su espacio con las arepas con mantequilla y el café con leche, mientras veo aparecer lentamente ante mis ojos, en la página 41, un fragmento del capítulo 7 de Rayuela,  novela publicada en 2004 por la Biblioteca Ayacucho, con atrevida y sorprendente portada de un hombre de espaldas, bien trajeado y sombrero de ala ancha,  orinando frente a una pared con ventanas en forma de triángulo, obra del artista argentino Antonio Seguí (1934).

Ahora viene a mi memoria la vez que traté de conseguir un ejemplar de Rayuela en una de las Filven, pero no logré mi cometido. Al rato una mano amiga me facilitó el suyo e inmediatamente comencé a hojearlo, quedando atrapado por el excelente prólogo de cien páginas del ensayista, crítico literario y profesor universitario Jaime Alazraki (Argentina, 1934).

 

Rayuela-Biblioteca Ayacucho-Cortázar

Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano en tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja.

 

Este texto, al cual nos referimos al comienzo, desde que lo leímos por vez primera nos atrapó por su sencillez, musicalidad interior y delicada sensualidad. Allí las palabras fluyen libremente sin cortapisas que las detengan en su vuelo por el blanco de la página. Recuerdo que lo utilizamos con otros capítulos como material de lectura en el taller de creación literaria, bastante experimental por cierto, que impartimos hace ya unos cuantos atardeceres a un apreciable número de participantes cuyas edades oscilaban entre los 9 y los 80 años. En el transcurso de la actividad, siguiendo las instrucciones dadas, uno de los muchachos colocó de fondo la melodía Lucy in the sky with diamond de Los Beatles, y luego un solo de jazz de Charlie Parker, leímos el capítulo 68 de Rayuela y cada participante tomaba nota de las diferentes sensaciones que inundaban el ambiente. Seguidamente, comenzamos a especular sobre el lenguaje gíglico o analógico creado por Cortázar a base de palabras con o sin sentido, presente en dicho texto, como alternativa al utilizado, ya gastado por el uso, y a través del cual Cortázar se proponía provocar su destrucción, hasta sustituirlo por otro “de raíz poética e intuitivo, donde el fondo es también la forma”.

 

Julio Cortázar tocando la trompeta

Apenas él le amalaba el noema, a ella se le agolpaba el clemiso y caían en hidromurias, en salvajes amonios, en sustalos exasperantes. Cada vez que él procuraba relamar las incopelusas, se enredaba en un grimado quejumbroso y tenía que envulsionarse de cara al nóvalo, sintiendo cómo poco a poco las armillas se espejunaban, se íban apeltronando, reduplimiendo, hasta quedar tendido como el trimalciato de ergomanina al que se le han dejado caer unas fílulas de cariaconcia (…). Temblaba el troc, se vencían las marioplumas, y todo se resolviraba en un profundo pínice, en niolamas de argutendidas gasas, en carinias casi crueles que los ordopenaban hasta el límite de las gunfias.

 

Otro ejercicio que realizamos en el taller fue el de crear textos a partir de la pregunta que da inicio a Rayuela: ¿Encontraría a la Maga?, palabras-llave que propiciaron en los iniciados la posibilidad de que afloraran poemas, narraciones y ensayos breves escondidos en los meandros de su mente, encontrándonos al final con sorprendentes creaciones individuales y colectivas.

Luego de diferentes lecturas inferimos que él rechazaba el lenguaje que pretende ser retórico o falsamente literario y, en contraposición, buscaba otro lenguaje que, sin tener que renunciar a la estética, tampoco llegara a utilizarla como medio de expresión; un lenguaje donde ética y estética anduviesen de la mano.

 

Igualmente, se negaba a escribir literariamente y contradecía las normas gramaticales y reglas de ortografía para, de esta forma, potenciar el idioma, llamando “cementerio” al diccionario de la Real Academia, cuestión que compartimos, sobre todo después de haber asistido tiempo atrás a la ceremonia que se estila cuando ingresa un nuevo miembro a la Academia de La Lengua. De hecho nos despertó cierta suspicacia la ausencia de algunos amigos del ámbito cultural de Valencia en el acto ceremonial, al igual que el uso de vestimentas y reverencias de sus miembros, al mejor estilo monárquico, sumado a la actitud sumisa adoptada, lo más parecida a la que estilan los súbditos de la Corona ante su majestad, el Rey de España.

 

Cortázar-clases de literatura en Berkeley

Este hecho nos engendró algunas preguntas: ¿Cuándo vamos a fundar la Academia Indo-afro-americana de la Lengua? ¿Vamos a seguir permitiendo que nos sigan dominando por la lengua, cuando aún tenemos presente los más de cinco siglos de dominación por la espada y la cruz? Ojalá los defensores del idioma rompan el silencio y tengan la última palabra…

Continuando con el tema que nos ocupa, recordamos que  Cortázar decía: “escribir es dibujar mi mandala y a la vez recorrerlo, intentar la purificación purificándose; tarea de pobre chamán blanco en calzoncillos de nylon”. De hecho, pensó primeramente en llamar su obra Mandala, y no Rayuela, como finalmente la dio a conocer. Mandala significa círculo, es una representación  simbólica del cosmos. En el budismo se le representa con un dibujo dividido en casillas en el que se concentra nuestra atención y se estimula  el paso de una serie de etapas espirituales.

La rayuela, al contrario, es un juego que consiste en pasar a través de sucesivas casillas trazadas en el suelo, desde la tierra (abajo) hasta el cielo (arriba), sin que la piedra lanzada sobre el tablero salga del dibujo. Cabe destacar que, en la novela, la rayuela adquiere un carácter simbólico. Representa la búsqueda, tanto del autor, la obra y los lectores, puesto que hay que saltar de un capítulo a otro siguiendo las instrucciones del narrador, hasta comprobar al final lo absurdo de la existencia; llevando al lector a buscar un centro que devuelva su sentido a la vida, aunque este resulte inalcanzable o no exista.

Con Rayuela, Cortázar quiso romper la costumbre de leer un libro desde el principio al final, creando de esta manera una suerte de anti novela contentiva de dos libros: uno que se deja leer corrientemente, finalizando en el capítulo 56, y otro que comienza en el capítulo 73 y continúa el orden que se indica al pie de cada capítulo.

Ante una pregunta del periodista Ernesto González Bermejo, sobre si consideraba su condición de escritor como una bendición o una condena, nuestro personaje responde:

 

De ninguna manera una condena. Le hablaba de mi nostalgia de no haber sido músico. Suponiendo que pudiera rehacer mi vida, la música me interesaría más que la literatura. Sucedió que fue la palabra la que impuso su ley y no solamente no lo lamento, sino que tengo la impresión de que a lo largo de mi vida de escritor lo he pasado bien. En primer lugar –usted lo sabe, pero es útil repetirlo– porque nunca me he tomado en serio… Cuando voy a países como México donde me dicen “maestro”, me petrifico; esa atmósfera de respeto que me recibe en los ambientes académicos me produce una mezcla de irritación y de gracia. Porque pienso: “Si estos tipos supieran quién soy verdaderamente, hasta qué punto no tengo nada de profesional…!”. Me consideraré hasta mi muerte un aficionado, un tipo que escribe porque le da la gana, porque le gusta escribir, pero no tengo esa noción de profesionalismo literario, tan marcada en Francia, por ejemplo. La literatura para mí ha sido una actividad lúdica, en el sentido que yo le doy al juego y que usted conoce ya bien; ha sido una actividad erótica, una forma de amor”.

 

Creímos importante, en este pequeño homenaje, permitir que fuese Cortázar quien hablara de sí mismo. Además, hemos tratado de abreviar al máximo nuestro anecdotario, pues nos resulta difícil resumirlo en unas pocas líneas. En otra entrega esperamos darle continuidad y compartir también nuestra experiencia con los periódicos y revistas que dejaron huella.

Finalmente, viene a mi memoria la tarde-noche del domingo 12 de febrero de 1984, ya de vuelta de la playa de Morrocoy en un viejo Volkswagen escarabajo, de color blanco, con la pintura desteñida, en compañía de mis amigos Harry Almela y Carlos Méndez. Veníamos plácidamente escuchando música en la radio, tarareando una balada de Silvio Rodríguez, arrimando unas cervezas y conversando amenamente.

De pronto, súbitamente, interrumpen la programación para informar la absurda desaparición de nuestro Cronopio Mayor, toda una tragedia para sus millones de lectores, seguidores y admiradores de los cinco continentes y más allá.  Luego de esta terrible noticia nos embargó un silencio reverencial, de pesadumbre e impotencia durante todo el trayecto. Solo escuchábamos con avidez la narración que hacía el periodista de la BBC acerca de nuestro hermano mayor, en nombre de las letras y de los sueños.

 

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Luego del “largo y tortuoso camino”, Harry sacó unas sillas y nos sentamos en el porche, bajo la luz de la luna, a traerlo de vuelta con nosotros en nuestra conversa hasta la medianoche. Hablamos de sus libros, sus viajes a Cuba, el país de sus cronopios, como jurado del concurso Casa de las Américas, la visita a Nicaragua para encontrarse con Ernesto Cardenal en  Solentiname y con otros dirigentes del Frente Sandinista, sus amores, su posible encuentro con la Maga en el Parnaso…

Finalmente, nos preguntábamos si la noticia de su inesperada partida no sería un juego más inventado por Cortázar para burlarse de la muerte. Apostamos a que esa podría haber sido otra de las fantásticas historias a las que no tenía tan acostumbrados nuestro inolvidable amigo. ¡Salud Poetas! (Continuará).

 

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Mohamed Abí Hassan (El Tigre, 1956). Poeta, artista visual y editor independiente. Licenciado en Educación, Mención Artes Plásticas (cum laude), por la Universidad de Carabobo (UC). Ha ejercido la docencia en la UC y en la Universidad Arturo Michelena. Ha sido colaborador en las revistas Poesía y La Tuna de Oro (UC). Primer Premio II Bienal de Literatura Gustavo Pereira, Mención Poesía 2013; Primer Premio IV Bienal de Literatura José Vicente Abreu, Mención Poesía 2016; Primer Premio Concurso Nacional del II Festival 3.0 de Historias Comunales Ramón Tovar (2022).

Formó parte de la Comisión Rectoral del Encuentro Internacional de Poesía de la UC. Coordinó el Taller de Formación de Cronistas Comunales en Mariara, estado Carabobo, auspiciado por el Minci, la Revista Nacional de Cultura y el Centro Nacional de Historia. Actualmente se desempeña como facilitador de talleres de iniciación en la creación literaria, así como talleres sobre patrimonio histórico.

 

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