El poema nace de la muerte de aquello que lo hizo surgir. De cómo el poeta logró recuperar lo perdido dependerá que la vida permanezca o no en las palabras; siento que Néstor Mendoza logró captar el fluido de la vida en este poemario titulado Pasajero, y sus páginas son un discurrir incansable por los diferentes matices de la realidad cotidiana hacia donde el poeta logró arrojar su red de pescar instantes, para sentir sus latidos y volverlo a echar sobre esas aguas en la que todos nosotros vivimos, sobrevivimos y pasamos.
En cada poema reside la belleza absoluta del momento y, sin duda, esta es la esencia del devenir, trozos de tiempos que se hilvanan y se deshacen para generar la continuidad. Por eso, la imagen que tengo de este hermoso trabajo poético (Ediciones dcir, 2015) es la de una corriente de agua que recorre la ciudad observando prohibiciones, soledades, esperanzas, tensiones, criaturas del remordimiento y de la alegría y, por supuesto, la amada recorrida en sus propias ondas negando la separación.
Pasajero no pasa, se queda en la memoria del lector a quien le entrega un mañana y una sed, un lenguaje sencillo, cuidado, de inteligentes desvíos y sabias deducciones que, generalmente, cierran los poemas. Pasajero también es un poema, el primero que da inicio al libro. En este poema se da cuenta de una rutina en la que cada persona expresa con gestos y atuendos su propia manera de pasar y de pertenecer a la ciudad. Los efímeros habitantes de las busetas: los que se abrazan sin querer, sonríen y conversan sin conocerse; los pasajeros viejos y los jóvenes; aquellos que muestran en la mirada de sus perfiles el viaje del pensamiento hacia algún problema o hacia alguna cuota de placer allí rememorada. Y en esa buseta también viaja la percepción alterada del poeta, quien luego pinta ese cuadro que se mueve de una forma en la que respeta el juego de espejos en el que el lector seguramente también participa.
¿Cuántas maneras de pasar se pueden contabilizar en esta zona del misterio que llamamos realidad? Sabemos que el tiempo existe porque genera un desgaste; pero este trabajo de limar los cuerpos, de irlos erosionando tiene diferentes velocidades, diversas formas de imprimir la fuerza de sus dentelladas; no obstante, todos vivimos en los trazados de sus desgastes, todos vivimos dentro de la deformación. Casi siempre nos percatamos de esas líneas blancas que el tiempo va dispersando por la ciudad, pero muy pocos vemos que es el mismo polvillo que van dejando nuestras huellas. Lo antes dicho puede palparse en el siguiente poema, veamos:
EL ABUELO
Es más afortunado dejar de ser uno,
olvidar nuestras fotografías
para no saber quiénes somos
en ese instante pleno de engaño,
la nariz deja de parecernos familiar,
común, y los brazos se vuelven torpes
aferrados por el hábito de los años
Nuestra piel es, en ese momento,
una estepa que ha envejecido de pronto,
y nos damos cuenta de que la nieta más pequeña
tiene vellos debajo del vestido
y dos montañitas blancas en el pecho
(hay en sus ojos esa chispa,
una sonrisa que pronto mirará
de otra manera la espalda ancha de los primos).
Las palabras cada vez son menos frecuentes.
Afirmamos
con un simple movimiento de cabeza,
para decir que no, para decir que sí
Sin duda, la nieta también acusa una transformación de su cuerpo y de la manera de percibir a los demás, en esos cambios que generan formas más hermosas, también está el tiempo haciendo su trabajo. El contraste con el abuelo nos devela esta otra manera de ser pasajero.
En fin, Pasajero en su forma y en su contenido, es un poemario estéticamente logrado. Cada poema es un tatuaje, un pedazo de película o una fotografía desprendida de la vida cotidiana. En el poema LADRILLOS imagino al poeta asomándose por el balcón de su apartamento haciéndole seguimiento a una pared que se va erigiendo poco a poco en otro apartamento, en el que una mujer aparece recortada en sus movimientos y el poeta siente que cada ladrillo la oculta, pero él también se va escondiendo… Contemplemos la escena:
LADRILLOS
Cuesta mucho terminar esa pared
tantas veces pospuesta
es lo suficientemente baja
para verte desde aquí.
cuerpo laborioso y distante
cuerpo que no sé nombrar
porque existe a medias
un ladrillo unido a otro es
una manera de ocultarte
o acercarte sin que te des cuenta.
La cuchara de albañil que une y aleja,
amontona bloques para borrar la figura.
El cemento y la arena mezclados con tu forma,
inmovilizan piernas y brazos, te convierten
en estatua
este muro señala
un espacio neutral
donde cada quien
puede desnudarse:
para verte
no necesito echarlo abajo
moverlo o imaginarlo en otro patio.
Podemos ver cómo el mismo poema se va edificando bloque a bloque hasta que deja ver un hueco por donde el poeta trastoca la realidad y puede concluir el cuerpo, no el muro, la figura que este iba ocultando como retándolo sin saber.
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Néstor Mendoza es editor, junto a su amada Geraudí González, en la editorial El Taller Blanco, que funciona desde Colombia. También es autor de unos excelentes ensayos en torno a la poesía venezolana que ha titulado Alfabeto de humo, del cual ha entregado dos trabajos. Su libro Ojiva ha sido traducido a varios idiomas y goza de una gran reputación. En el caso de Pasajero, hay muchas virtudes, una de ellas de exigencia formal como en Sixtina; es un libro que también vale la pena que sea conocido y celebrado, porque está lleno de vida y será muy difícil que se desgaste, que se convierta en algo pasajero.
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Arnaldo Jiménez nació en La Guaira en 1963 y reside en Puerto Cabello desde 1973. Poeta, narrador y ensayista. Es Licenciado en Educación, mención Ciencias Sociales por la Universidad de Carabobo (UC). Maestro de aula desde el 1991. Actualmente, es miembro del equipo de redacción de la Revista Internacional de Poesía y Teoría Poética: “Poesía” del Departamento de Literatura de la Dirección de Cultura de la UC, así como de la revista de narrativa Zona Tórrida de la UC.
Entre otros reconocimientos ha recibido el Primer Premio en el Concurso Nacional de Cuentos Fantasmas y Aparecidos Clásicos de la Llanura (2002), Premio Nacional de las Artes Mayores (2005), Premio Nacional de Poesía Rafael María Baralt (2012), Premio Nacional de Poesía Stefania Mosca (2013), Premio Nacional de Poesía Bienal Vicente Gerbasi, (2014), Premio Nacional de Poesía Rafael Zárraga (2015).
Ha publicado:
En poesía: Zumos (2002). Tramos de lluvia (2007). Caballo de escoba (2011). Salitre (2013). Álbum de mar (2014). Resurrecciones (2015). Truenan alcanfores (2016). Ráfagas de espejos (2016). El color del sol dentro del agua (2021). El gato y la madeja (2021). Álbum de mar (2da edición, 2021. Ensayo y aforismo: La raíz en las ramas (2007). La honda superficie de los espejos (2007). Breve tratado sobre las linternas (2016). Cáliz de intemperie (2009) Trazos y Borrones (2012).
En narrativa: Chismarangá (2005) El nombre del frío, ilustrado por Coralia López Gómez (Editorial Vilatana CB, Cataluña, España, 2007). Orejada (2012). El silencio del mar (2012). El viento y los vasos (2012). La roza de los tiempos (2012). El muñequito aislado y otros cuentos, con ilustraciones de Deisa Tremarias (2015). Clavos y duendes (2016). Maletín de pequeños objetos (Colombia, 2019). La rana y el espejo (Perú. 2020). El Ruido y otros cuentos de misterio (2021). El libro de los volcanes (2021). 20 Juguetes para Emma (2021). Un circo para Sarah (2021). El viento y los vasos (2da edición, 2021). Vuelta en Retorno (Novela, 2021).
(Tomado de eldienteroto.org)
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