Desde el siglo pasado el cine venezolano se ha tenido que enfrentar a la estética hollywoodense. No es nueva la discusión de la necesidad de desarrollar una narrativa que visibilice el ser nacional.
Ya en 1953, Mario Briceño Iragorry hablaba en su artículo “La batalla por el buen cine” de la necesidad de hacer un cine que retratara: “Desde el manso e ilustre arzobispo primado hasta el rojo agitador de barrio; desde el oligarca con recto sentido de la moralidad y de la patria hasta la sencilla maestra de escuela; desde el intelectual hasta el semianalfabeto; desde la empingorotada señora del Country Club hasta la obrera humilde que vive bajo los puentes o en la eminencia intransitable de los cerros”, y se pensara en el cine con propósito.
Como bien expresa Luis Felipe Hernández (fotógrafo y comunicador social) en su artículo “Cómo hacer cine en una ciudad de murciélagos y bodegones”, el desarrollo de una posible industria del cine venezolano va de la mano de las otras artes (el teatro y las artes plásticas) “estos son los primeros pasos para una posible industria”, y si se trata de hacer cine en Valencia, el primer escenario que aparece es la Capital.
“Caracas está allí, ya sea como escenario donde convergen personajes de historias, o como sede matriz de instituciones que financiaron películas”, expresa el periodista, sin embargo, sorprende saber que en el pasado reciente Valencia fue escenario de muchas iniciativas para la producción cinematográfica impulsadas por cineastas y conocedores. Como es el caso de Daniel Siugza, gestor cultural y docente de cine, y el cineasta Carlos Pineda, entre otros, que contribuyeron con la formación de gente joven, así como la circulación del cine independiente a través de los cine-foros.
Hacer cine desde la periferia no es fácil, más si se trata de en una ciudad donde las actividades culturales han sido desplazadas por grandes espectáculos promovidos por instituciones públicas y privadas, por lo general, caracterizados por ser eventos masivos con inmensas tarimas donde presentan invitados nacionales e internacionales, cuya logística implica una fortuna. Podemos decir que esa imagen de la ciudad cultural, que llegó a tener Valencia en un momento, ha venido cambiado, en los últimos años, por una narrativa del espectáculo con la que el cine alternativo tiene que convivir.
Ante el escenario de apertura económica que vivimos en Venezuela y el monopolio de la industria cinematográfica que circula en el país, resulta un desafío para un realizador audiovisual producir cine para un público seducido por los valores de una sociedad de consumo.
Aunque no demeritamos el esfuerzo de algunos gestores culturales e instituciones por construir una agenda cultural distinta a esta lógica, sigue siendo cuesta arriba, en el marco de un escenario de recuperación económica, construir alternativas para el uso recreativo del tiempo libre de las familias o de impulsar iniciativas independientes, pues la cultura es uno de los sectores con menos recursos.
Frente a este escenario de contradicciones, sorprende como la actividad cinematográfica ha crecido en los últimos años en Valencia, como un movimiento de jóvenes realizadores están contando sus historias con el ojo puesto en su cotidianidad, tocando temáticas como la migración, la ruina de los servicios, el amor, que dan cuenta de una narrativa que apunta al imaginario nacional y que ya Iragorry alentó en su momento.
En este sentido quiero referirme al trabajo que realizan emprendedores del séptimo arte en la ciudad, como es la escuela de cine Arte y efectos, fundada en el año 2016, dedicada a la formación de talento nacional para el impulso de una industria del cine independiente y con propósito, de la cual han egresado muchos jóvenes.
Ejemplo de esta experiencia, es la producción de tres cortometrajes que nacieron de su última corte de egresados: El psicólogo, El niño en la pared y Paraíso, propuestas que son parte del trabajo final de los estudiantes, para optar a la certificación de Estudios integrales de cine. El psicólogo, una producción de José Guerrero, que trata de una niña que vive en un ambiente violento y, desesperada, acude al psicólogo de su colegio en busca de ayuda, lo que desconoce son los métodos no convencionales del profesional. El niño en la pared, por su parte, es dirigido por María Ferrer y producido por Luis Bonilla. Paraíso es un corto escrito y dirigido por Jesús Romero. Todos fueron presentados en la sala principal de Súper Cines La Granja.
Asimismo, la productora Las3amtv, una iniciativa cinematográfica de mujeres dedicadas a la producción de contenido audiovisual para marcas y a la producción de cine venezolano independiente, quienes recientemente obtuvieron el premio categoría Mejor cortometraje sobre igualdad en el deporte, en el Festival de cine español CD Dinamo de Mayrit, con el corto Referentes, con dirección de Sheyla Lee y producción de Mary Chacón y Yakira Gonzalez. Se trata de una historia sobre la importancia de los referentes femeninos en el deporte; una mujer que inspira a las niñas a seguir sus sueños a pesar de la adversidad, dando ejemplo a las nuevas generaciones.
También cabe destacar el trabajo de la organización GECKO, una plataforma que promociona y difunde cortometrajes hechos en Valencia, se dedica a organizar eventos como los cine-foros, donde convergen muchos realizadores audiovisuales. Recientemente realizaron en el Teatro Arlequín un ciclo de cine-foros para proyectar la película Jezabel, dirigida por Hernán Habes, y los cortometrajes venezolanos Made in Venezuela, de Orlando Rodríguez, y El último aplauso, de Marvin Mendoza.
Sin duda la nueva generación en Valencia ha venido conquistando espacios, donde ha podido mostrar sus trabajos, hechos con calidad, abarcando procesos de la realización cinematográfica como la producción, la fotografía y el guion.
Nos parece heroico el trabajo que desarrollan estos jóvenes, que apuestan a un cine nacional, independiente y de calidad, financiado con recursos propios y de sectores privados, cuyas iniciativas surgieron por la ausencia de espacios para la promoción y circulación de la producción nacional, la necesidad del encuentro de los realizadores (guionista, fotógrafos, productores, iluministas), la burocracia y la falta de financiamientos por parte del Estado a estos proyectos.
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El desafío de esta generación es seguir haciendo cine, por sus propios medios, que contribuya con la construcción del imaginario de un ser nacional cuyas motivaciones e intereses apuestan por el reconocimiento de sus símbolos, frente a una lógica del espectáculo que viene de manera abierta, borrando la memoria colectiva de una ciudad, cambiando el nombre de sus plazas o dirigiendo ingentes recursos a eventos que no promueven una cultura nacional.
Hay que recordar que Valencia fue epicentro de festivales de cine independiente en espacios como el Cine Patio Trigal, el Cine Club de Ingeniería de la Universidad de Carabobo o el Festival de cine comunitario Araca (que tuvo cuatro ediciones entre 2013-2016). Hoy más que nunca el cine debe apostar por su compromiso moral y político.
Fotos de Luis Felipe Hernández (@laimagenhabla)
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Vielsi Arias Peraza, Valencia, Venezuela (1982), docente egresada de la Universidad de Carabobo (UC) Mención Artes Plásticas. Ha publicado Transeúnte (2005), colección Cada día un Libro, editorial El Perro y la Rana; Los Difuntos (2010), editorial Fundarte, galardonado con Mención Honorífica Premio Nacional Estefanía Mosca; Los Difuntos (2011), reedición del sistema de imprentas regionales de Carabobo; La Luna es mi pueblo (2012), editorial El Perro y la Rana; Luto de los árboles (2021). Ha publicado también en distintas revistas nacionales literarias y académicas como: Cubile, A plena Voz, Revista Estudios Culturales UC, entre otras. Actualmente coordina la Plataforma del Libro y la Lectura del Ministerio de la Cultura en el estado Carabobo.
Ciudad Valencia / Foto de la autora por Luis Felipe Hernández