“Micromachismos” por María Alejandra Rendón Infante

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María Alejandra Rendón, autora de la columna Nos (Otras)-Un abrazo para Valencia
María Alejandra Rendón, autora de la columna Nos (Otras)

Micromachismos… En contraste con las formas de violencia más visibles y que, por lo general, son motivo de denuncia, existen las menos visibles o muy difíciles de detectar. Están tan normalizadas que ni siquiera llegan a advertirse como tal, pues sucede que la sociedad en general ha legitimado tanto esas prácticas violentas que pueden llegar a considerarse “normales”, “naturales” e, incluso, “correctas”. Y también es probable que sea tardía o inexistente una reacción ante las mismas.

Micromachismo es un término propuesto por el psicólogo Luis Bonino  Méndez para referirse a las prácticas violentas sutiles, cuya existencia constituye el caldo de cultivo para que se desarrollen las más notorias. Es decir, existen las violencias visibles, porque han sido asimilados como normales, patrones de violencia ocultos en actos cotidianos y que persiguen la dominación de un género sobre otro, apelando, algunas veces, al “amor”, la “costumbre”,  como motivo para su perpetración. Otras maneras de denominar esas asimetrías son: “pequeñas tiranías”, “violencia blanda” y “terrorismo íntimo”. Todas persiguen definir la dinámica de sujeción que se desarrolla en el espacio íntimo y de manera cotidiana, sin que, de hecho,  se llegue a advertir que están presentes. Estas maneras pueden ejercerse consciente o inconscientemente.

Para Luis Bonino se trata de “maniobras interpersonales que realizan los varones para mantener, recuperar y reafirmar el dominio sobre las mujeres, o para resistirse al aumento de poder de ellas, o para aprovecharse de dicho poder, dando lugar a una serie de efectos derivados de la repetición que se traducen en el mantenimiento de la relación desigual”.

 

Los micromachismos (mM) pueden clasificarse en 4 tipos:

Utilitarios: Se perpetran en el ámbito domestico principalmente  y están relacionados con las supuestas capacidades femeninas o partiendo de la idea equívoca que existen oficios o cosas que solo pueden “hacer bien las mujeres” por el simple hecho de serlo: cuidar, servir, tener paciencia y ordenar el espacio doméstico en todo sentido. Se convencen de que la naturaleza determina el éxito de ellas en esas labores y, por lo tanto, se delegan de manera general, como si se tratara de un sobreentendido.  Un ejemplo de ello es referirse  a enceres y aparatos domésticos como  patrimonio “de ellas” y “para ellas”. Aunque todos los miembros de la casa ensucien la ropa, puede decirse a menudo “Te reparé la lavadora”. Estas ideas parten de la histórica división sexual del trabajo; en cual la distribución de tareas cooperativas se da en función de considerar que existen actitudes innatas para cada sexo, entre ellas las labores “propias del sexo femenino” como hasta hace poco llegó a consentirse, incluso en el ámbito civil-legal.

Encubiertos: Son muy sutiles y buscan la imposición de verdades masculinas para hacer desaparecer la voluntad de las mujeres. También se manifiesta en ejercicios de control disfrazados de “cuido”. Así tenernos por ejemplo: “Te llamo a cada momento sólo para saber cómo estás”, “Ya quisiera cualquier mujer que las lleven y las busquen a todas partes como forma de protegerlas”, “Me parece que una mujer como tú no está para tal o cual cosa, eres distinta”, “Lo que tú te ganas allí yo puedo generarlo y tú te quedas mejor atendiendo a los niños”, “A los niños les gusta es estar contigo, yo no les tengo la paciencia que tú les tienes”, “Mira como me veo, la gente va a pensar que no tengo una mujer al lado”.

Otras formas encubiertas son el silencio o  el mal humor manipulativo, que es una estrategia de sujeción que genera zozobra y miedo en el seno familiar. La frase “hagan silencio que su papá llego estresado y alterado, seguramente por cosas del trabajo” es de lo más corriente. De esta manera se deja claro que un adulto que no tiene control sobre sus emociones, necesita que todas sean validadas, aunque deriven en maltrato. En otras palabras, esos estados amenazan con sutileza y buscan la sumisión del resto.

De crisis: Aparecen cuando las mujeres logran establecer ciertos parámetros de igualdad en la pareja. Por ejemplo: tomar la decisión de insertarse en el mercado laboral, lo cual implica demostrar, prometer o comprometerse con que no se va a descuidar en absoluto las tareas de cuido.  Estas tareas en lugar de recaer en la pareja, generalmente,  son cedidas a una parte de manera exclusiva, incluso,  puede que se retire toda forma de apoyo como castigo ante la decisión de laborar  y, como es común,  que cualquier crisis  o fracaso escolar de hijos e hijas se atribuya a ese hecho.  También se puede retirar apoyo económico a asuntos compartidos como mecanismo de castigo.

Coercitivos: Se utiliza la fuerza moral, económica y psíquica para el ejercicio de poder. Con ello se busca limitar la capacidad de decisión de las mujeres. Se trata de anteponer bajo cualquier ardid, excusa o pretexto, los intereses del varón en cuanto a agenda, tiempo y espacios de ocio disponibles. Con frecuencia las tareas en beneficio particular de las mujeres: ir con las amigas, a una reunión de vecinos, ir al spa o  a un compromiso con la familia, se ven impedidas porque se debe ceder el espacio de tiempo a la pareja.

La manera más “sutil” y común de ejercer la violencia invisible es halagando y luego cediendo responsabilidades en áreas donde precisamente el hombre necesita delegar.  “A ella le gusta limpiar sola, porque no le gusta como yo lo hago” en lugar de colaborar en lo que se pueda mientras se consigue una fórmula en donde haya cooperación y conformidad mutuas.  “Mi mujer es la que manda aquí”, simplemente porque ella carga mental y concretamente con cosas de las que el hombre no desea ocuparse. “Ella cocina porque sabe que si yo lo hago no doy garantía de nada”, aquí se pone de manifiesto un  desinterés en las tareas que, aunque son para beneficio común, se da por sentado que las mujeres, por “su naturaleza”, se destaca dando por hecho de que se trata de capacidades innatas. “Ella se puede vestir como ella quiera, es lógico, yo en eso no me meto, pero conmigo no va a salir”, en este escenario, de lo más común, se atribuye una eventual violencia a la provocación de las mujeres y no al machismo en sí mismo.

Existen otras formas de Micromachismo como la invalidación de las emociones, los chistes sexistas, las translación constante de la culpa y la subestimación constante ante tareas que no son para las  mujeres.

No por ser micro, estas prácticas tienen menos transcendencia, por el contrario, siendo que son parte de la cotidianidad, su habitual reproducción hace que la desigualdad tenga en el escenario de lo “invisible” sus más poderosos cimientos.

Los microabusos crean un estado psicológico de desestabilización que aumenta en la medida que aparecen otras formas de violencia.

 

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Bonino nos indica que los mM también son violencia de género y son comportamientos habituales en todos los varones. «Reconocer esto supone que los varones que creemos en la igualdad, debemos hacer algo más que acompañar a las mujeres en sus reclamos y adaptarnos con esfuerzo a los cambios femeninos: debemos cambiar también nosotros. Por esto último, nombrar los mM debería servir para contribuir a que los varones que no se reconocen en el ejercicio de la violencia mayor, que tienen una ética de justicia y respeto, no ignoren las propias maniobras de dominio y dominación cotidianas».

La superación de estas formas de desigualdad pasa por poner en el relieve los distintos mecanismos, a través de los cuales se manifiesta. Es develar la incidencia absoluta de los mismos en el posterior desarrollo de las formas de violencia visibles y extremas contra niñas y mujeres. Supone también valorar que es en la cotidianidad el escenario en el que deben desarrollarse las transformaciones necesarias para superar todas las formas de asimetrías entre hombres y mujeres para que emerja, de la propia práctica, una cultura que salvaguarde el derecho a la justicia, no solo en las leyes, sino en la vida misma.

 

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María Alejandra Rendón Infante (Carabobo, 1986) es docente, poeta, ensayista, actriz y promotora cultural. Licenciada en Educación, mención lengua y literatura, egresada de la Universidad de Carabobo, y Magister en Literatura Venezolana egresada de la misma casa de estudios. Es fundadora del Colectivo Literario Letra Franca y de la Red Nacional de Escritores Socialistas de Venezuela.

PREMIOS

Bienal Nacional de Poesía Orlando Araujo en agosto de 2016 y el Premio Nacional de Literatura Stefania Mosca 2019 en poesía.

PUBLICACIONES

Sótanos (2005), Otros altares (2007), Aunque no diga lo correcto (2017), Antología sin descanso (2018), Razón doméstica (2018) y En defensa propia (2020).

 

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