Sergio Quitral es uno de esos poetas que no pueden olvidarse una vez que nos ha ofrecido la magia certera y material de su palabra; pero esta magia no se evidencia o se hace posible solo en el poema, Sergio posee un hechizo en su alma, un pulso de piedad permanente en su corazón. Yo lo sé porque soy su amigo y un lector devoto de su poesía. En el 2019 publicó un hermoso poemario titulado EL FUEGO PROTECTOR, con el auspicio de la Municipalidad de Chimbarongo, en Chile, y al igual que sus otros poemarios, es una completa exquisitez leerlo.
El Fuego Protector contagia con una especie de misterio ritual que acompaña al lector en cada una de sus páginas. Parece decirnos, debes estar a solas con todos tus sentidos bien abiertos, porque arrojaré teas encendidas en el torrente de tu sangre; confeccionaré un manto de mujer que cobijará tu cuerpo y tus anhelos; partiré con la violencia de un animal salvaje, la lógica de tu percepción, el curso normal de tus sentidos. Sergio siempre quiere decirnos: abre los ojos, coloca tu corazón sobre la palma de tus manos, es hora de devorar la enfermedad de tu quietud.
Pero un lector atento sabe que en cada poema se anuncia una carta de amor que él también debe escribir. Es casi imposible seguir el itinerario del viaje que el poeta realiza hacia las cosas, para que estas se despojen de lo que han sido en su aparecer fenomenológico. En los objetos, Sergio Quitral siente, percibe una confluencia de tiempos: desde las certezas del pasado, atravesando por las tramas alucinógenas de las pérdidas, hasta llegar a los anhelos que se quieren domesticar. Sergio parece ir con la vara mágica del poema trastocando los detalles que, en un tiempo, también lo tocaron a él invitándolo al mundo de lo que se anima por obra y fuerza de la energía poética que contienen. Así uno puede ser testigo, por ejemplo, de cómo el brillo de las tazas donde su madre bebió té o café, se le asemejan a la ristra de sus dientes que, ya no están, es cierto, y, sin embargo, el poeta hace aparecer; o cómo los cuerpos persiguen a las sombras; o cómo desde un acto tan simple y cotidiano como ordenar y cuidar una residencia (por parte de una señora), este poeta es capaz de reflexionar en torno al amor: “El amor es un viento frío detrás de la casa / junto a sus perros”. En otro acto de magia, este inmenso poeta nos regala esta pequeña joya labrada con su amor:
Una visión
Una luciérnaga
en la oscuridad del dormitorio
temblaba, en su blanco resplandor
¿Era acaso el fantasma de mi padre?
El poema termina con una pregunta que él arroja hacia sí mismo, como si no estuviese acostumbrado a atraer el misterio a su mesa de trabajo; como si quisiera que el lector lo confirmara, para que se despeje la duda. El Fuego Protector tiene grandes poemas porque lo escribió un gran poeta; entre ellos me conmovió hasta la médula del alma otro poema dedicado al padre:
MI PADRE MUERTO REGRESA
Cuando los abrigos y camisas usadas regresan
a amontonarse en los mercados
y los zapatos retornan a exhibirse solos
junto a viejas herramientas
mi padre regresa de entre los muertos
Cuando los ecos de los vivos gritan
desde el más allá,
detrás de las paredes de un gimnasio,
mi padre regresa
y en las alas de las polillas veo
sus ojos trasnochados
sus ojos, después de quemarse y revolotear
de noche
Mi padre que fue incinerado
se funde ahora con el polvo
Él queriendo entrar bajo la puerta
regresar a su vieja existencia
y luego con la escoba, otra vez
barrido hacia afuera
Mi padre, que hablaba del Universo
parece temblar en las sombras
y en las velas encendidas veo sus lágrimas
que caen y se vuelven sólidas
otra vez
Cuando se trata de poesía, la percepción no funciona con la misma lógica a la que nos tiene acostumbrados; quizás, esta costumbre sea un término que encubre una sequedad de espíritu. La poesía es parásita de las apariencias, gusta romper superficies y buscar; pero también agoniza en las manos de los que juegan a forzarla para conseguir no sé qué código jamás descifrado. El ser humano es sangre y lenguaje; lo otro del lenguaje no es el silencio, sino la muerte. En el poema “Lo sublime y lo ordinario”, Sergio Quitral nos acerca con sutileza esos opuestos que él tiene a mano, los cuales carecen ya de misterio, porque este muere cuando dejamos de cuestionarlo o de convertirlo en pregunta; muere cuando vemos al fuego prisionero de las hornillas, el agua de los grifos, el aire dependiendo del ventilador, para luego, al finalizar, darnos una estocada de esta magnitud: “solo la muerte brilla salvaje/solo la muerte brillando en las nieblas/de la oscura inmensidad”. Solo la muerte ridiculiza al amor y lo reduce a un vulgar anillo ornando un dedo.
La ciudad y sus lugares donde se reúnen las personas: el mercado, las calles, los gimnasios, los talleres mecánicos, las peluquerías, los parques, entre otros, aparecen en la poética de Quitral de una manera tan conocida que nos da la impresión de que su hogar tiene esas continuidades; sin embargo, el espacio citadino con sus bullicios, las personas asistiendo al ardor de sus errores, al forcejeo del comercio donde, en opinión del poeta, la carne muerta sostiene a la carne viva, y muchas veces la primera, la carne muerta, interroga al ser humano desde la quietud de su vitrina, muy parecida, por cierto, a una urna, y uno, caído en la certeza de los versos, comprende que es cierto que la muerte sostiene y mantiene a la vida, entonces la muerte adquiere cierta nobleza, otra dignidad.
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Sergio Quitral, así como observa la ciudad y establece comparaciones con su mundo interior y con la subjetividad de cualquier ser humano; así mismo conversa con los animales y adivina la vida, el pensamiento de los vendedores o comerciantes, de los muertos y de las distancias nostálgicas y las cercanías reflexivas. Entonces uno, su lector, se percata de que a Sergio su piel lo protege de encuentros y desencuentros; él sabe que a veces se es cárcel y a veces liberación, que el tiempo siempre anda agregándole sustancias a su poesía. Y la ciudad es un escenario por donde pasan los personajes de sus ceremonias, de sus relámpagos, combustiones y cenizas. En el poema “El día que me quedé en silencio”, se establecen filiaciones y correspondencias entre la vida y la muerte que son poco comunes: la muerte en el estropicio del mercado, la vida llena del silencio de la muerte, y aún caminando, sonriendo.
¿Cuál fuego protege a Sergio Quitral? Si mal no recuerdo, el apellido Quitral es de origen Mapuche (Kütral) y significa fuego que reúne. Ahora podemos entender que Sergio lleva el fuego en su nombre y en torno a él vuelan, como polillas, los seres de la vida y de la muerte; porque es el fuego de los padres, de sus hermanos, de Venezuela, de Chile, de sus libros. Todo aquello que le ha otorgado el tiempo.
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Arnaldo Jiménez nació en La Guaira en 1963 y reside en Puerto Cabello desde 1973. Poeta, narrador y ensayista. Es Licenciado en Educación, mención Ciencias Sociales por la Universidad de Carabobo (UC). Maestro de aula desde el 1991. Actualmente, es miembro del equipo de redacción de la Revista Internacional de Poesía y Teoría Poética: “Poesía” del Departamento de Literatura de la Dirección de Cultura de la UC, así como de la revista de narrativa Zona Tórrida de la UC.
Entre otros reconocimientos ha recibido el Primer Premio en el Concurso Nacional de Cuentos Fantasmas y Aparecidos Clásicos de la Llanura (2002), Premio Nacional de las Artes Mayores (2005), Premio Nacional de Poesía Rafael María Baralt (2012), Premio Nacional de Poesía Stefania Mosca (2013), Premio Nacional de Poesía Bienal Vicente Gerbasi, (2014), Premio Nacional de Poesía Rafael Zárraga (2015).
Ha publicado:
En poesía: Zumos (2002). Tramos de lluvia (2007). Caballo de escoba (2011). Salitre (2013). Álbum de mar (2014). Resurrecciones (2015). Truenan alcanfores (2016). Ráfagas de espejos (2016). El color del sol dentro del agua (2021). El gato y la madeja (2021). Álbum de mar (2da edición, 2021. Ensayo y aforismo: La raíz en las ramas (2007). La honda superficie de los espejos (2007). Breve tratado sobre las linternas (2016). Cáliz de intemperie (2009) Trazos y Borrones (2012).
En narrativa: Chismarangá (2005) El nombre del frío, ilustrado por Coralia López Gómez (Editorial Vilatana CB, Cataluña, España, 2007). Orejada (2012). El silencio del mar (2012). El viento y los vasos (2012). La roza de los tiempos (2012). El muñequito aislado y otros cuentos, con ilustraciones de Deisa Tremarias (2015). Clavos y duendes (2016). Maletín de pequeños objetos (Colombia, 2019). La rana y el espejo (Perú. 2020). El Ruido y otros cuentos de misterio (2021). El libro de los volcanes (2021). 20 Juguetes para Emma (2021). Un circo para Sarah (2021). El viento y los vasos (2da edición, 2021). Vuelta en Retorno (Novela, 2021).
(Tomado de eldienteroto.org)
Ciudad Valencia