Una vez un artista fue donde el Rey a llevarle un regalo
y le mostró las manos vacías. El Rey no vio nada en las
manos del artista. El Rey aceptó el regalo al mirar los
ojos del artista. El artista no necesita llevar nada en sus
manos. Con los ojos le basta.
Armando Reverón

Armando Reverón (Caracas, 10 de mayo de 1889-18 de septiembre de 1954) es considerado el más universal de los artistas Venezolanos. Pintor, dibujante, escultor, precursor del arte contemporáneo, pionero del happening, del performance, del ensamblaje artístico, de la instalación, de la intervención, del arte conceptual y del arte povera, de la escultura textil y del móvil… Se estima que fue autor de más de 600 piezas entre pinturas, dibujos, objetos y sus famosas muñecas de trapo.
En 1921 establece su residencia en La Guaira, donde levanta El Castillete, nombre dado por los vecinos de la zona a su morada. Construido por sus propias manos y con ayuda de estos, a lo largo de más de veinte años, en un terreno ubicado cerca del Bar “Las Quince Letras”.
En este pequeño espacio que hace las veces de casa-taller y laboratorio de sueños, rodeado de árboles, del trinar de los pájaros, el ladrido de un perro y las travesuras de dos monos que respondían al llamarlos por sus respectivos nombres, sirviéndoles de compañía, Reverón creó su mágico universo. Cuestión que le valió, por su singular manera de vivir, alejado del caos urbano, el que fuera reconocido como el “Robinson Crusoe” venezolano.

“El techo es de palma, las bases de troncos de cocoteros y el piso de tierra amarilla color de onoto, limitado por una muralla de piedras en cuyo centro erigió un caney que le servía de habitación, con dos chinchorros de moriche y un trapecio. En un extremo un escaparate de cajones para guardar los cuadros grandes. Al frente dos caballetes: uno grande y otro más pequeño, hechos por él mismo, de tallos de coco. Encima una sombrilla gradúa la luz. Y las paredes del rancho son grandes cortinas de cañamazo corridas sobre mecates que le traen los barcos anclados en el puerto”, leemos en el artículo publicado por Julián Padrón en la Revista Elite (1932).
También, por su singular y excéntrica personalidad le apodaban “El loco de Macuto”. Cuestión que nos podría llevar a establecer cierto paralelismo con Van Gogh, figura genial cuya vida y obra poseen ciertas similitudes y diferencias con nuestro Reverón, muy a pesar de la distancia geográfica y cultural:
Ambos crearon su visión personal del arte, realizando una obra auténtica, representativa de su mundo interior, ajena a estilos y tendencias establecidas, fundada en una gran sensibilidad, limitándose solo a la influencia del entorno natural y social en el que vivieron. La búsqueda de la verdad fue fundamental para ambos artistas, quienes no se limitaron a representar la realidad, sino que buscaron plasmar su personal percepción del mundo.

El contexto cultural diferente en que ambos se desarrollaron, Reverón en Venezuela y Van Gogh en Holanda y Francia, influyó en sus temáticas y estilos. Aunque los dos artistas abordaron el paisaje, sus enfoques fueron diferentes. Reverón se concentró en la costa venezolana y la vida cotidiana, mientras que Van Gogh se centró en la vida rural y los paisajes al sur de Francia.
La recepción de la crítica de ambos artistas también fue diferente, ya que mientras Reverón fue más reconocido en su país de origen y luego en otras latitudes, Van Gogh recibió rápidamente reconocimiento póstumo, en Europa y en el mundo. En lo referente a la salud mental, esta influyó en la vida y la obra de Van Gogh, mientras que en Reverón no tuvo la misma magnitud.
Al respecto, recordamos el libro “Los laberintos de la luz. Reverón y los psiquiatras, publicado en 2020, en edición digital de El Perro y la Rana, cuya compilación fue realizada por Juan Calzadilla y el prólogo es de Pedro Téllez. Allí a través de su lectura podemos constatar el papel que jugó la psiquiatría en los hechos que rodearon al descubrimiento del pintor y de su obra en 1955 a través de una exposición retrospectiva celebrada en el Museo de Bellas Artes: centro en el cual Báez Finol leyó la conferencia que el lector encontrará en este libro.

Pero Reverón era un pintor prácticamente desconocido, solitario y aislado por propia voluntad del mundo artístico, y de quien circulaba la versión, cuando más, de que era un loco divertido. La retrospectiva de 1955 tuvo gran impacto y cambió la opinión que la gente común tenía del pintor. La conferencia de Báez Finol representó por eso el primer juicio importante sobre Reverón y es ella la que lanza su nombre, purgado de prejuicio e inexactitudes.
Dada su capacidad para representar la luz enceguecedora del trópico, capturando su intensidad y efectos en sus obras, nuestro artista hizo uso del color blanco de una manera particular para reflejar la luminosidad de su entorno natural, cercano al mar y el cielo de Macuto, lo que hizo que le reconocieran como “El mago de la luz”.
Con el paso del tiempo, el Castillete de Macuto se convertiría en la representación tangible del universo reveroniano, donde nuestro personaje hará las veces de mago y alquimista capaz de transformar a través de su pintura, el agreste entorno en el oro de sus sueños. No obstante, el mágico lugar asociado al nombre del artista, le llevaría a ser más conocido por este que por su obra, debido a la leyenda que se tejió en torno al mismo.

Todos estos pensamientos quedan levitando en los laberintos de mi mente, mientras cierro bien los ojos tratando de visualizar a Reverón, hurgando con la mirada en lo profundo del paisaje de Macuto, durante la media mañana de un día de comienzos de la década de los noventa.
Lo busco insistentemente, pero se me pierde en la memoria, hasta que por fin poco a poco todo se va tornando más claro y comienzo a divisar la fachada inolvidable del Castillete, donde en compañía de mi hija recorro, metro a metro, cual detective, cada resquicio de este mágico universo hecho a “imagen y semejanza” del genial artista, suerte de mundo paralelo, muy aparte de nuestro miserable mundillo donde el hombre es una fiera que acecha en la selva de concreto y asfalto.
De esta manera trato de marcar distancia del Reverón que conocemos a través del cine, la TV, las redes o de la crítica de arte, muchas veces sesgada y prejuiciada, distante del fascinante personaje que nos convoca.
Adentrarme en su universo mágico me hace sentir en otro plano, casi invisible, en el que se respira una atmósfera poética, metafísica, irreal, fantasiosa, impregnada de la espiritual impronta reveroniana.

Entonces infiero que nos resulta harto difícil asomarnos al mundo de Reverón y salir indemnes. Esto solo nos puede pasar ante la obra de unos pocos artistas. Hago estas cavilaciones mientras trato de hacer un paneo del Castillete con la cámara rusa Zenith, que sostengo entre mis manos.
Lo primero que nos asombra de Reverón es su humildad, ajena a las vanidades y egos que rodean al artista moderno y le impiden ser auténticos, libres de los quince minutos de efímera fama que profetizaba Warhol. Él es lo más parecido a su obra. Difícil de emular. Ningún otro artista en la historia del arte ha logrado llegar tan lejos. Solo Reverón ha podido llevar la pintura a la quintaesencia, a los confines del hecho creador. Hago estas reflexiones frente a su obra, imbuido en su mágico mundo, en la excelente exposición del “Mago de la Luz”, realizada en los espacios del Museo de la Cultura.
Apuntamos que en su infatigable búsqueda de la luz a través de la pintura, Reverón hacía añicos cualquier atisbo de falsedad, de impostura. Para ello se valía de lo que generosamente le ofrecía la naturaleza, la tierra, el sol, la flora, la fauna y el mar de Macuto.

Incluyendo también la presencia de las hermosas muchachas, vecinas del Castillete, y de las muñecas de trapo elaboradas por él, que hacían las veces de modelo y compañía en el exótico paisaje. Algunas veces como modelos de sus pinturas, otras como personajes de sus obras teatrales, dándoles vida propia e inventándoles historias domésticas y hasta nombres propios para cada una.
Así tenemos a Serafina, Josefina, Niza, Princesa India y otras más. Igualmente, su inseparable compañera Juanita (conocida también como Juana Ríos o Juana Mota), muchas veces le sirvió de modelo. Aquí cabe mencionar la presencia de una persona de mi entorno familiar, ya fallecida, de nombre Antonio González. Pintor allegado al reducido y privilegiado número de amistades cercanas a Reverón, del cual pudimos escuchar de primera mano, hace ya muchos atardeceres, algunas interesantes anécdotas producto de sus frecuentes visitas al lugar.
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«Poesía sin límites» en la 20ª Filven Carabobo
Finalmente, escribo estas anotaciones pocos días después de la celebración de la 20 Edición de la Filven capítulo Carabobo 2025, en el Museo de la Cultura, en la cual, entre otros eventos, y a pesar de las rémoras, tuvo lugar, modestia aparte, la presentación del libro de mi autoría “Poesía en los límites”, a cargo de nuestros amigos Ramón Núñez y Chemir Colina, quienes lograron establecer una acertada dinámica que atrapó a la juvenil audiencia.
Confieso que la presencia masiva de jóvenes estudiantes, apiñados unos con otros, en cuclillas o parados en la entrada del vagón rojo, suerte de nave espacial donde emprendimos un viaje sin escalas al corazón de la poesía, fue una grata sorpresa, dado el carácter festivo que se gestó y el manifiesto interés denotado por la muchachada, compartiendo las lecturas, intercambiando el poemario de mano en mano y haciéndonos preguntas acerca de la génesis del mismo, el caso de la ex Miss abandonada en la morgue o sobre la poética de Lao Tse, Confucio, Li Po y Tu Fu. En fin, ávidos por conocer más acerca de este raro oficio, al extremo de pedirnos una copia en formato digital para compartirla con sus compañeros.
Esta experiencia nos lleva a augurar un futuro promisor para la poesía de la mano de las venideras generaciones de poetas que hoy día se están formando para salir a la luz, me digo, mientras lanzo una bocanada de humo al aire, escucho el paso del viento y apuro el paso, en busca de otro “vagón rojo” que me lleve de vuelta a casa…
(Continuará). ¡Salud, Poetas!
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Mohamed Abí Hassan (El Tigre, 1956). Poeta, artista visual y editor independiente. Licenciado en Educación, Mención Artes Plásticas (cum laude), por la Universidad de Carabobo (UC). Ha ejercido la docencia en la UC y en la Universidad Arturo Michelena. Ha sido colaborador en las revistas Poesía y La Tuna de Oro (UC). Primer Premio II Bienal de Literatura Gustavo Pereira, Mención Poesía 2013; Primer Premio IV Bienal de Literatura José Vicente Abreu, Mención Poesía 2016; Primer Premio Concurso Nacional del II Festival 3.0 de Historias Comunales Ramón Tovar (2022).
Formó parte de la Comisión Rectoral del Encuentro Internacional de Poesía de la UC. Coordinó el Taller de Formación de Cronistas Comunales en Mariara, estado Carabobo, auspiciado por el Minci, la Revista Nacional de Cultura y el Centro Nacional de Historia. Actualmente se desempeña como facilitador de talleres de iniciación en la creación literaria, así como talleres sobre patrimonio histórico.
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