He aquí una palabra que se debe manejar con muchísimo cuidado, sobre todo si no se tiene puesto el seguro: fusil.
Antes de proceder a la acostumbrada explicación, permítasenos una observación: no estamos muy conformes con la definición de fusil que nos da el respetadísimo Diccionario de la Real Academia: “Arma de fuego, portátil, destinada al uso de los soldados de infantería, en reemplazo del arcabuz y del mosquete”.
Aparte de que hallamos un tanto pasada de moda la referencia al arcabuz y el mosquete, desaparecidos desde hace siglos, vamos a osar desafiar la autoridad de la augusta corporación haciendo notar que desde nuestra ya lejana infancia hemos estado viendo no sólo a soldados de infantería sino a los de caballería, a marineros, policías montados o pedestres y hasta ¡horror! civiles armados de fusil.
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En fin, digamos de una vez que la palabra fusil la tomó el castellano directamente del francés, idioma en el cual significó originariamente pedernal o piedra de chispa. Esta piedrecita que servía para hacer funcionar un arma de fuego, más tarde pasó a designar el arma misma. El francés, por su parte, tomó su fusil del latín focilis, derivado de focus, fuego.
Los derivados de fusil son poquitos, pero tremendos: fusilar, fusilamiento, fusilería. Para calmar un poco a los asustados oyentes [lectores], recordemos que de México nos llegó la acepción humorística del verbo fusilar o fusilarse, que significa sencillamente copiarse o plagiar una obra artística o literaria. Y para terminar, a manera de servicio público, informamos que en francés no se pronuncia la L de fusil; se dice fusí.
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Tomado del libro “La palabra de hoy / Programa radial” (Cenal, 2014)
Autor: Aníbal Nazoa González (Caracas, 12 de septiembre de 1928 – Ibíd., 18 de agosto de 2001) poeta, periodista y humorista, considerado «uno de los escritores venezolanos que mejor retrató el siglo XX».
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